El portazo siempre había sonado en forma de interrogante, pero esta vez fue claramente un punto.
Aun no sé si punto y a parte o punto y final, pero un punto que se clavó en mi pecho cómo un aguijón.
Quise esperar a ver cómo te marchabas para empezar a sangrar.
Las lágrimas no podían solucionar nada ya, ni los gritos, ni si quiera las palabras, esas que tantas veces nos habian salvado y al final acabaron por dejarnos mudos.
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