Mientras todos corrían a esconderse entre gritos de desesperación, aterrados por lo que estaba a punto de suceder, ella abrió la puerta y salió a la calle.
Ni un alma quedaba ya por dónde hacia apenas unas horas se respiraba vida.
Continuó caminando, hasta que topo con el gigante de viento.
Se quedó boquiabierta ante la magnitud de tal monstruo.
La tranquilidad absoluta reinó en ella y una sonrisa asomó de entre sus labios.
Se quedó frente a él observandolo con una mezcla entre curiosidad y admiración, propia de un niño.
El tornado se acercaba cada vez más ella.
Margot se sentó en el suelo y alzó los brazos al cielo.
Y un segundo antes de que la espiral de viento se la llevase de este mundo, comprendió por fin, que al final uno siempre vuelve a dónde pertenece y que no hay razón alguna para tener miedo.
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