
A veces me siento mucho más cerca de un gato callejero que de una persona.
Y soy incapaz de comprender el mundo que me rodea tal y como ha sido puesto ante mis ojos, con todos esos límites que me asfixian y todas esas normas que jamás querré cumplir.
Y a días dosifico ese instinto animal que a veces parece comerme entera y otros, simplemente no se donde está.
He perdido mi hogar y ahora camino maleta en mano hacia dónde me lleven los pies.
No carezco de miedo, pero he decidido hacer un trato con él.
La fortaleza se lleva dentro, pero nunca está demás recordarlo en la piel.
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