domingo, 19 de septiembre de 2010

Capitulo 26. From hell to heaven

Llegamos al lugar de la fiesta.
Una vieja fábrica abandonada en una calle industrial.
En la puerta, una chica con una máscara blanca acariciaba lascivamente a un chico mientras lo sujetaba contra la pared.
Dos chicos vestidos con harapos se agarraban mutuamente mientras intentaban salir a la calle, puestos hasta las cejas de dios sabe qué.
Tragué saliva y miré a mis amigos.
El sitio no me convencía y la verdad es que jamás de los jamases hubiera dado un duro por entrar allí, pero de repente me vi con un sello rojo en mi muñeca y una mano que me empujaba hacia dentro.
Tras la puerta se escondía un pasillo extremadamente estrecho y oscuro, dónde la única manera era avanzar de uno en uno en fila india.
Seguí avanzando y bajé las escaleras que llevaban a aquel sótano de mala muerte.
Al llegar abajo, abrí una puerta con el titulo de: Green Room.
Se abrió delante de mí, y un pestilente olor a sudor, a sexo y a moho llegó hasta mi.
Avancé entre gente drogada y borracha hasta las trancas, travestis con barba, chicas semi desnudas, mujeres con la cabeza rapada y alguna Lolita traviesa vestida de cuero y látex.

En el baño unas chicas se preparaban alegremente una raya de cocaína con la puerta entreabierta.
Una de ellas dirigió sus ojos hacia mi, y después de repasarme con la mirada de arriba abajo, me dijo: -¿quieres unirte, reina?
Negué con la cabeza y fui a mirarme al espejo.
El calor era insoportable.
Sentía mi cuerpo derretirse bajo la ropa y el corazón me palpitaba en las sienes.
Salí de allí y me metí en la sala de enfrente.
Unas amigas bailaban enloquecidas al ritmo de la reina del petardeo y gritaban extasiadas, casi poseídas.
Una chica en braguitas con pezoneras en forma de estrella me miraba relamiéndose desde el otro lado de la barra.
Entré en la sala de al lado y vi un montón de gente sentada en el suelo, fumando y bebiendo mientras escuchaban y aclamaban hipnotizados a la “porno-terrorista”, una travesti recién operada, desnuda y con la cabeza rapada, que se masturbaba mientras recitaba un poema de lo más bizarro.
Detrás de ella, un video de un parto natural, seguido de otro en el que un chico con el miembro repleto de piercings defecaba delante de la cámara.
Me quedé totalmente paralizada, mi mente y mi cuerpo se bloquearon, y escuché la voz de mi subconsciente decirme: Bienvenida al infierno, pequeña.
Así me sentí.
A mil kilómetros bajo tierra, tocando las profundidades del núcleo de la tierra.
Rodeada de fuego y demonios.
Sentí que mi cuerpo se contraía y las nauseas subían de mi estómago a mi garganta.
Quería salir corriendo pero la muchedumbre me arrastraba a sus adentros. Miles de cuerpos sudorosos se rozaban con el mío y un humo denso llenaba por completo la habitación, impidiéndome respirar.

De repente un mano firme agarró la mía y la apretó con fuerza estirándome del brazo.
Corría arrastrándome sin saber hacia dónde nos dirigíamos.
Estabamos deshaciendo el recorrido.
La porno-terrorista, la sala de petardeo, un puñado de yonkies en el suelo, una puerta que se cerró detrás de mi.
Corrimos escaleras arriba, dejándome llevar por la fuerza y la inercia de mi salvador.
La chica de la mascara blanca se contorsionaba quieta como una estatua en el pasillo estrecho de la entrada.
La puerta se cerró, el infierno quedó atrás y el aire de la calle me devolvió la vida.

Seguimos corriendo, yo sin saber hacia dónde.
Él se giró y sus grandes ojos verdes me sonrieron.
Sin dejar de agarrarme fuerte la mano entramos en la boca del metro, bajando las escaleras a toda prisa.
Saltamos el paso de seguridad y nos metimos en el primer vagón, cinco segundos después la puerta se cerró a nuestras espaldas y el metro se puso en marcha.


Se acercó a mi, clavándome su mirada de ave nocturna y me besó.

(…)

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