
Entonces miré para arriba y el cielo gris se abrió de nuevo.
Las gotas de lluvia resbalando por mi cara, y el universo posandose sobre mi nariz.
Un rayo de luz cruzó el cielo y un estruendo sacudió todo el bosque.
Entonces escuché tu voz, gritando mi nombre entre aquella manada de arboles espesos y robustos.
Eché a correr.
Eché a correr cómo nunca, notando mis pies descalzos hundirse en el fango.
Escuchando el ruido de las hojas secas bajo mis talones.
El corazón en la boca, mi cuerpo latiendo a mil pulsaciones por minuto.
Tu voz cada vez más cerca y la ropa pegada a mi cuerpo por la lluvia.
Y ahí estabas tu. De pie, con tus ojos clavados en mi, mirándome cómo si fuera un espejismo en medio del desierto.
Extendiste las manos y acariciaste mis ojos. Sonreíste y cerraste los tuyos.
Toqué tus labios empapados con la punta de mis dedos y me apretaste contra tu cuerpo,
tan fuerte que sentí mis costillas partirse en dos.
Me acerqué a tu oído,
y te susurré...
No hay comentarios:
Publicar un comentario