Insomnio.

Es como una hoja en blanco de un tamaño tan inmenso que acapare todo hasta dónde alcanza la vista.
Me encuentro al tiempo de frente y le miro directamente a los ojos mientras veo pasar por detrás a los minutos, que me saludan burlones uno detrás de otro.
Los segundos me rozan las manos de una forma casi inapreciable, intentando pasar desapercibidos a mis sentidos, pero puedo olerlos.
Mientras las horas, las malditas horas me escupen en la cara y danzan a mi alrededor jugando con mi pelo, levantandome la falda y susurrandome al oído un tic-tac seco y realmente molesto.
Cierro los ojos y sigo viendo lo mismo.
Y mi mirada se concentra en mil puntos hasta nublarse pero jamás logra dormirse.
Mi mente no descansa.
Sueño despierta y me cuesta distinguir entre realidad y sueño.
Todo es posible dentro y fuera.
Colores, luces, aromas imaginados, sabores reales.
Escucho voces que pronuncian mi nombre.
¿Alguien me llama o soy yo misma intentando prestarme un poco de atención?
Algo me agarra del cuello y aprieta, pero no me asfixia.
Remuevo las sábanas con todo mi cuerpo intentando encontrar el hueco justo dónde ponerlo.
Demasiado frío para destaparme, demasiado calor para cubrirme entera.
Respiro agitada e intento relajarme.
Escabullo mis manos entre mis braguitas y trato de centrarme en mi cuerpo.
Imposible. Ni si quiera mis fantasías más humedas logran sacarme de ese estado agobiante y hérmetico.
Y otra vez el puto reloj con ese tic tac del demonio que se me clava en las sienes y hace que me chirríen los dientes.
Lo agarro con fuerza y lo estampo contra la pared.
Pero pesé a quedar reducido a pequeños trozos de plástico sobre el parquet, el tic -tac no cesa.
Me levanto de la cama y camino firme hasta la otra punta de la habitación.
Abro la ventana y observo el horizonte.
El cielo se esta volviendo naranja y todo se llena de una extraña luz.
Los pajaros, que siempre son los que más madrugan, anuncian la llegada de un nuevo día.



Otro dia más esquivando el reloj.
Una nueva razón por la que no dormir.