-Uno, dos. Inspira, expira. Otra vez.
Ves, no es tan difícil, solo se trata de mantener la calma. Te sientes mejor?
-Creo que si. Aun que esta maldita ansiedad no me deja en paz.
Además sé que en el momento en que te vayas olvidaré cómo respirar y volveré a ahogarme.
Es cómo si me cogieran por el cuello mil manos gélidas y apretaran con fuerza. Entonces pierdo la percepción de las cosas a mí alrededor y siento que no puedo articular palabra.
(...)
Creo que ella era una de las pocas personas en este mundo que podía entender cualquier cosa que yo le contase.
Me gustaba pasar tiempo con ella, por que aun que realmente tan solo nos dedicásemos a ver películas antiguas y tomar té, existía una conexión real entre nosotras.
Nunca me marchaba de su casa sin una sonrisa en la cara y algo más aprendido.
Era una persona de esas que se sabe que son especiales tan solo con mirarlas.
Además tenía unos hábitos muy extraños que la hacían aún más extraordinaria.
Tenía más cara que espalda. Exigía, no pedía.
De apariencia fuerte e indomable, pero poseedora del alma más sensible del mundo.
Sus debilidades e inseguridades la acercaban a mí, eran nuestro punto de encuentro.
Recuerdo que tenía la extraña costumbre de agredirse físicamente en forma de pequeñas manías cómo morderse la boca por dentro, o frotarse la ceja muy fuerte hasta dejar herida.
Pero yo la adoraba, y se que ella a mi también.
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