Te mostré mi vecindario, mis bares, mi escuela. Te presenté a mis amigos y a mis padres.
Escuché tus textos, tu cantar, tus esperanzas, tus deseos, tu música. Tú escuchaste la mía. Mi inglés, mi alemán, un poco de francés.
Te regalé un walkman. Tú me regalaste una almohada. Y un día, me besaste.
El tiempo pasó, voló y todo parecía tan fácil, tan simple, tan libre, tan nuevo, tan único.
Fuimos al cine, fuimos a bailar, fuimos de compras, nos reímos, lloraste, nadamos, fumamos, nos afeitamos, y grité a veces por ninguna razón, o por alguna razón. Sí, a veces por una razón.
Estábamos cerca, tan cerca, incluso aún mas cerca.
Hicimos el amor, me regalaste tu mejor sonrisa y tus exclusivos abrazos.
Nos tocamos el alma con la punta de los dedos.
Me cojiste de la mano y la apretaste con fuerza.
La solté, dudé, me escabullí de entre tus brazos. Busqué otros.
Me asuste. Me equivoqué. Lloraste, lloré, lloramos.
Volví a cojerla, volví a besarte.
Te fuiste, te busqué. Te encontré.
Me abrazaste. Te enfriaste. Me doliste. Te dolí.
Te asustaste, dudaste, te escabulliste de entre mis brazos.
Nos perdimos. Nos soltamos.
Nos dijimos hasta pronto,
nunca adiós.
Nunca para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario